EL AUTOR
Mi primera experiencia culinaria fue en mi época de estudiante, por necesidad. Tenía entonces 22 años y estaba realizando un training de gestión de empresas en una compañía multinacional inglesa, al norte de Londres. Compartía piso con dos colegas turcos y cada día se tenía que ocupar uno de la cena, al regresar del trabajo. Así me estrené, con unos spaghetti “a lo bestia”, con picadillo de carne, bechamel y queso gratinado. Sin embargo, transcurrirían años hasta que, por mor de Karlos Arguiñano y sus programas de televisión, me empecé a aficionar. Grabé más de 400 de sus recetas y otras 150 de un programa francés, La Cuisine des Mousquetaires, que me llevaron a ponerme el delantal con frecuencia creciente y, en los tímidos e inseguros comienzos, al amparo de la nocturnidad.
En la soledad de la madrugada de los sábados, empecé a practicar recetas fáciles, que elaboraba para la comida familiar del domingo, compuesta, casi siempre, por primer plato, segundo y postre. Hoy me divierte confesar que en esas noches dediqué muchas horas a entrenar todas las técnicas de corte y después saltear a golpe de muñeca lo que cortaba, hasta que acababa con la sartén vacía… y volvía a empezar.